La
sociedad está en crisis, algo no difícil de demostrar hoy día: poder
concentrado en una minoría, derechos humanos vulnerados, ricos frente a pobres,
desigualdad de oportunidades... Todo indica a pensar que es insostenible, que
de un momento a otro estallará, y se producirá la revolución que finiquite la
etapa del mercado, donde todo se compra y se vende, donde nada posee valor más
allá de su utilidad. Entonces, ¿por qué se retrasa tanto tan ansiada respuesta
de lo humano? ¿a qué se debe que la humanidad aún no se haya pronunciado con
tal magnitud para lograr esa victoria que nos conduzca a un mundo renovado?
Planteándonos dichas preguntas podemos
obtener una respuesta inmediata: por poco que sea, siempre hay algo que perder,
algo que nos hace abstenernos del riesgo que conlleva la protesta contra el
poder, que se reduce desde nuestros propios objetos materiales hasta la
familia, y que en nuestro sistema de vida, aunque sea poco, lo es todo. Pero,
¿es eso lo único que nos mantiene callados y dispersa una explosión colectiva?
Diría que no. El mundo capitalista es cruel por sí mismo, vivimos en una
sociedad donde todo se basa en conseguir el mayor beneficio personal o familiar,
ya sea dinero, para poder satisfacer necesidades constantemente, o el reconocimiento
de otros, así como complacer los deseos de nuestros hijos y que nos tomen como
“buen padre”. Todo ello mediante el trabajo y el esfuerzo, a veces menor o
mayor, otras más digno o menos digno, pero siempre introduciéndonos en ese
constante agobio, en ese espacio lleno de preocupaciones, donde todos estamos
afectados de una manera o de otra, y que nos impide unirnos y luchar. Y más se
agrava aún si al conseguir nosotros mayor beneficio estamos limitando el de
otro, si mientras nosotros consigamos más otros pueden conseguir menos, e
incluso si para ganar nosotros debemos engañar o estafar al de al lado. Queremos
ser útiles y que nos traten como tal, pero refiriéndonos a esa utilidad tan
reducida.
¿Y entonces? ¿cómo lo podemos solucionar?.
No es nada fácil encontrar resolución, pulsar la tecla que elimine ese
pensamiento de “es lo que hay” o “igual nos hemos acostumbrado”, pero para
encontrar posibles soluciones primero debemos identificar las causas, observar
la situación desde un punto de vista alejado de nosotros mismos.
Respondiendo a la pregunta del principio,
pudiera ser que vivimos en una sociedad deshumanizada, que la humanidad no se
ha pronunciado y no ha formado esa fuerte unión para derrotar al mal porque ya
no existe tal humanidad. Si de algo podemos estar seguros es de que si buscamos
el bien para todos, también lo estamos buscando para nosotros. ¿Os imagináis un
mundo lleno de bondad donde reine el bien para todos? A lo mejor la clave está
en buscar el bien común, en hacer valer ese apellido que siempre acompaña a
nuestro ser, “humano”.